Según Yo No Era Una Relación Tóxica

Por: Fernanda Arozqueta

Si tuviéramos una persona inmune al COVID por cada vez que escuchamos a una amiga o amigo decir “según yo no era una relación tóxica”, no existiría la pandemia.

Considero que esa afirmación sólo se hace cuando la relación de alguna forma era tóxica porque de lo contrario, es una conclusión a la que nunca se llegaría. Es como el celoso que dice que ya no es celoso aunque antes sí o como el que se emborracha los viernes con vino y dice “nunca tomo vino”.

Son esas cosas que según nosotros no existen en nuestra vida pero que, ahí están y no queremos ver, porque nos gusta construir nuestra propia versión de la realidad, a partir de lo que sea más conveniente para nosotros, según nosotros y no está mal, hasta que eso no es la verdad, si no un cuento chino de nuestra propia autoría y no podemos vivir en un cuento o a lo mejor si pero no creo que sea lo más sano porque en algún punto, la vida nos va a regresar a la realidad y nos va a estrellar de cara contra la pared y mientras más grande el cuento pues peor la estampada.

Estamos acostumbrados a creer que una relación tóxica es esa en donde hay cuernos o agresiones físicas, donde se levanta la voz constantemente o donde las fiestas terminan en jaloneos y eso no es necesariamente cierto.

Así como hoy en día, hay más de cientos de miles de drogas disponibles en el mercado, las relaciones tóxicas, también vienen en muchas presentaciones engañosas y todas son terriblemente adictivas, porque cuando estamos en una relación tóxica, lo sepamos o no, lo queramos ver o no, la estabilidad de la relación se vuelve nuestra más grande prioridad, el amor de la otra persona se vuelve el más grande rush y el desamor o los pleitos, la abstinencia más dura de todas.

De cualquier forma, vivir en una relación tóxica, es vivir en el cuerpo de un adicto, donde la sobriedad no es opción y ningún precio es demasiado alto para seguir sintiendo el high que nos da el otro y que además tenemos la osadía de llamarle: “amor”.

Es eso, la osadía de contaminar una palabra tan hermosa, con una connotación de pureza y paz, de estabilidad y alegría que no tiene nada que ver con noches en vela, con ansiedad, con pleitos, con pláticas interminables con amigos intentando descifrar al otro.

(Amor: pobre de ti, que mal te han tratado, cuántos falsos te han levantado y cuánto te han usado como pretexto).

Si me preguntan a mi, les diría que las conductas pasivo-agresivas son la peor forma de violencia porque son las más difíciles de señalar, de evidenciar. No es lo mismo decir “ lo odio porque me puso el cuerno”, o “cortamos porque me empujó” que decir “me hizo sentir como una tonta pero creo que fue porque si, dije algo tonto cuando estábamos en el viaje increíble que me hizo de sorpresa porque me ama pero como que me quedé con la cosita atorada de que se burla de mi pero siento que estoy exagerando porque me iba a bajar y estaba muy dramática y no pude disfrutar la ida a la playa tan linda que preparó porque no dejaba de pensar en que si estuvo feo lo que me dijo… porque si soy una exagerada”, ¿están de acuerdo?

Podemos pasar horas hablando del monólogo anterior pero para rescatar lo más importante quisiera hacer una analogía. Casi todos los que hemos ido a la misa católica y conocemos este momento en la ceremonia en donde, mientras nos pegamos en el pecho con el puño, repetimos esta increíble frase: “por mi culpa, por mi culpa, por mi GRAN culpa”. En eso resumo el párrafo anterior.

Cuando la toxicidad de la relación es silenciosa y sigilosa, cuando es difícil de señalar, la mejor explicación que logramos es: culparnos a nosotros mismos para disculpar al otro.

Y la verdad, es que nunca deberíamos de hacer eso, porque si sentimos algo, lo sentimos PUNTO, lo sentimos por algo, no estamos locos, nuestra intuición es nuestra parte más sabia y a menudo la parte que más tendemos a callar, la parte que no queremos escuchar y la etiquetamos como la voz de la locura, en lugar de tomarla como la voz de la advertencia, de la guía, de la protección, de nuestra parte sabia y divina, que constantemente se intenta comunicar con nuestro cerebro enamorado y muy poco objetivo.

No está mal, nada está mal, todo es un aprendizaje y todos lo hacemos. “No es tu culpa, no es tu culpa, no es tu gran culpa”, es solo tu condición humana y tus ganas de estar acompañado y rescatar la relación que, según tú no es tóxica.

Ahora bien, si el otro nos hace dudar de nosotros mismos, si la dinámica de la relación con el otro nos hace sentir que estamos locos, si la relación nos da un estado de estabilidad intermitente, si cuando hacemos las cuentas entre los momentos buenos y los malos, salimos en números rojos, te tengo una noticia, la relación ES tóxica.

Es tóxica porque nos provoca un ataque a nosotros mismos, a nuestro autoestima, a nuestro amor propio y todo lo que ponga en juego nuestra paz y armonía, es veneno.

Salir de una relación venenosa, no es cualquier cosa, es una tarea solo para los valientes, para los que tienen coraje y para los que tienen la audacia de valerse por sí mismos, aunque vivan en la ilusión de que su felicidad y destino están en el otro.

Es una tarea complicada y llena de arenas movedizas, donde la recaída muchas veces es parte de la recuperación, justo como en el mantenimiento de la rehabilitación de un adicto. Y es así como se debe de llevar a cabo esta difícil tarea de la búsqueda de la sobriedad del corazón y del cerebro.

Los alcohólicos lo descifraron muy bien, empieza con la aceptación, con decir, “creo que te amo y creo que puedo pasar toda mi vida contigo pero también, creo que no eres bueno para mí y yo voy primero”.

Y después, como los alcohólicos, lo llevamos un día a la vez, no debemos anticiparnos, no debemos de esperar nada, solo podemos trabajar con lo que tenemos ahorita, el tiempo presente.

Una buena forma de vivir en el presente es saber apreciar y agradecer lo que sí tenemos y a lo mejor podemos empezar por apreciarnos a nosotros mismos, por agradecernos a nosotros mismos, por aplaudirnos la valentía de empezar este viaje rocoso a nuestra recuperación.

Después podemos incluir pequeños placeres, esas cositas chiquititas que nos cambian el día, un manicure, una canción en la regadera, cocinarnos, pedir Uber Eats, lo que sea que a cada quien le funcione, lo que sea que disfrutamos, lo que sea que queramos, porque estamos en recuperación y hay que vernos con compasión y amor, hay que hacer equipo con nosotros mismos, hay que consentirnos.

Cuidado con cometer el error de tratarnos con dureza, de juzgarnos o de arrepentirnos. Es importante recordarnos a nosotros mismos que se vale en estos días ser menos productivos, dormir más y llorar de vez en cuando, estamos en un proceso de recuperación, de trabajo personal y eso toma mucha energía.

Sin embargo, la transformación vale la pena, salir victoriosos del hoyo negro en el que estábamos sin darnos cuenta, es la victoria más hermosa, tener la capacidad de ver la luz a través de las grietas y no solo las grietas, es subir un nivel en la escala de la sabiduría y de la espiritualidad, de la sanación y la plenitud, es un hermoso regalo que podemos darnos a nosotros mismos y si puedes, todos podemos, te lo juro.

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